Francisco de Asís Lerdo de Tejada | 20 de mayo de 2020
San Ignacio de Loyola protagoniza la cuarta entrega de la serie «Españoles conversos». El soldado que fundó la Compañía de Jesús.
La importancia de la conversión de un solo hombre no queda para él mismo. Su resonancia a veces no conoce límites. Íñigo de Loyola es uno de esos hombres que supieron colaborar con la Gracia para transformarse y transformar el mundo que los rodea.
Son muchos los datos, fechas y nombres que giran en torno a la figura del santo. Magníficas biografías están ya escritas con acierto y profundidad. No interesan ahora los datos sino los hechos, su significación profunda. Ya se comprende que son innumerables los autores que tratan el tema de la conversión de san Ignacio. Su sola relación constituiría un grueso volumen. Por mencionar a dos de gran fama y valor, cabría citar la magna biografía escrita por R. García Villoslada, publicada en la BAC (San Ignacio de Loyola, nueva biografía), y la de I.Tellechea Idígoras (Solo y a pie).
En toda conversión hay siempre un aspecto divino, que es el imprescindible, y un aspecto humano, que se necesita para que el divino encuentre su cauce. Si Dios presiona con Amor pero el hombre se resiste definitivamente, entonces queda truncado el proceso de conversión que se inició siempre por iniciativa divina. Es importante resaltar la importancia de la proyección universal que comporta la conversión de un solo hombre. Va más allá de sí mismo. Todos se benefician de la propia transformación.
No basta con convertirse, hay que prolongar los efectos de la conversión, dando frutos constantes de amor y fe
San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, no necesita mucha presentación. Son los jesuitas, esos hombres troquelados por el carisma de su fundador, los que a lo largo de la historia de la Iglesia han realizado cosas admirables para el servicio de Dios en medio de los hombres. Naturalmente que solo Dios es perfecto, pero cuánto empeño de estos religiosos en servir lo mejor posible a los intereses de Dios.
San Ignacio, siguiendo su carrera, es alcanzado por la bala de Dios. Herida, caída y posterior reflexión, postrado en un lecho. Los malos ratos y los sufrimientos tuvieron su parte esencial en el proceso de conversión del gentil hombre. La humillación es aborrecida por los mundanos, porque no comprenden su valor e importancia. La humillación produce el vacío necesario que necesita todo ser humano para llenarse de Dios.
Pero en ese camino san Ignacio tuvo una ayuda principal: los libros, los buenos libros. El Flos sanctorum y la Imitación de Cristo, de Kempis, fueron los cauces por los que el Señor se comunicaba abundantemente al interior del militar herido y vencido. Descubre otro mundo donde la grandeza es más verdadera por ser eterna y donde la felicidad es auténtica, por venir de Dios. «El Kempis», a pesar de pertenecer a una espiritualidad muy concreta y antigua, se conoce el bien que ha hecho a generaciones y generaciones y que sigue y seguirá haciendo. Libro ungido, lleno de verdades eternas y de amor a Cristo.
San Ignacio experimenta en su propia vida el valor de las armas divinas para conquistar y transformar a las personas. Cristo se humilló haciéndose hombre. Los santos harán lo propio, siguiendo las huellas de su Señor. Experiencias estas espirituales que quedan recogidas en el famoso librito de los Ejercicios espirituales, de importancia nunca suficientemente ponderada. Texto que ha recibido innumerables alabanzas por parte de pontífices, teólogos y santos.
Un librito que procede de la experiencia vital de san Ignacio y de la gracia de Dios. Son algo eminentemente práctico. Si los Ejercicios no lo fueran, dejarían de ser ejercicios. No se pretende teorizar sino transformar. Están diseñados para ello. Las Constituciones jesuíticas no son sino la aplicación concreta de los Ejercicios en la vida del jesuita. Prolongar en la vida ordinaria la vivencia espiritual de los Ejercicios.
Ignacio tendrá que aprender a lo largo de su vida muchas cosas relativas a la vida espiritual. El Señor lo guiaba como a un niño, de la mano. El discernimiento espiritual es de capital importancia en la espiritualidad ignaciana. Es el instrumento privilegiado para conocer con bastante seguridad el querer de Dios, su Voluntad.
Estando convaleciente, san Ignacio experimentó pensamientos e impulsos que venían de distintos espíritus. Unos del mal espíritu y otros del bueno. Él nos dejó en sus Ejercicios unas magníficas reglas para discernir y poder encontrar la voluntad de Dios en la vida de cada uno. Porque esa es la clave del éxito auténtico, el hallazgo y la realización de la voluntad de Dios para con cada uno.
San Ignacio fue alcanzado por Cristo y ahora no quiere sino hacer cosas grandes por él. Dios le hará sentir después que hay un segundo nivel, consistente no ya en hacer cosas grandes por Él, como hicieron los santos, sino en dejar que Dios haga cosas grandes en uno. Ese es el modo de hacer cosas grandes: dejar que Dios las haga en uno.
Decía san Ignacio que el bien, cuanto más universal, más divino
Íñigo, una vez herido en su cuerpo y en su alma, se quiere lanzar a una vida de gran penitencia, como le indicaban los libros de santos que comenzó a leer. Destrozó su salud. Por ello, recomienda a sus jesuitas que quien quiera progresar por los caminos santos, que no se «mate a palos», sino que «se mate» a negar su propia voluntad. No basta con convertirse, hay que prolongar los efectos de la conversión, dando frutos constantes de amor y fe.
El conocimiento de sí mismo mediante el examen diario ignaciano es de importancia capital en la espiritualidad jesuita. El que desea intensamente acercarse más y más a Dios necesita ir conociéndose más profundamente. No se trata de favorecer un narcicismo neurótico o una autocontemplación egoísta. De lo que se trata es de ir viendo las huellas y rastros de Dios en el pasar por nuestras vidas y de amasar luz para que, conociéndome, pueda entregarme con mayor fuerza y firmeza al bien de los demás.
Autobiografía, Ejercicios y Constituciones constituyen de algún modo una unidad admirable para conocer no ya la biografía del santo, sino también su itinerario interior. Lo que significa la conversión verdadera y profunda, el cambio de mi interior, la transformación de una vida.
¡Cuánto debe la Iglesia de España y la Iglesia universal al bien hacer la Compañía de Jesús! Es lo que más me interesa subrayar: la proyección universal de un bien particular (la propia conversión). Decía san Ignacio que el bien, cuanto más universal, más divino. Los santos, siendo humanos, y cuanto más cerca de Dios, más humanos, nos vienen a traer su principal «producto»: lo divino. España necesita lo divino. Divinizarse es ayudar en grado supremo a los demás. No es desentenderse, todo lo contrario, es implicarse hasta no poder más.
La conversión puede ser más o menos profunda. La de Ignacio, como la de san Agustín, fue profunda. Por esos sus frutos perduran. El espíritu de san Ignacio es apostólico, necesita comunicarse, darse. Ojalá nos veamos compelidos a introducirnos en los caminos de la conversión. La necesita cada uno. La necesitan los demás. Caminos de virtud y amor; estos son los que conducen a la felicidad que no consiguen otros caminos defectuosos o falsos.
Conoce la historia de otros ilustres personajes que encontraron la fe:
Alejandro Lerroux, político
Ramón Menéndez Pidal, filólogo
Juan Donoso Cortés, político y diplomático
Nuestra tercera entrega de la serie «Españoles conversos» nos presenta la historia de Donoso Cortés, destacado político y diplomático español del siglo XIX.
Nuestra segunda entrega de «Españoles conversos» relata la historia de Ramón Menéndez Pidal, uno de los filólogos más importantes del país, y de la religiosidad con la que afrontó sus últimos días.